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Cómo los rohingya se convirtieron en el pueblo más perseguido de Birmania

martes, 7 de agosto de 2012

Refugiados rohingya en un
campamento / Digital democracy
Durante las últimas semanas, entre combates en Siria y Juegos Olímpicos, se han colado muy tímidamente, sobre todo en medios anglosajones, los ecos de un conflicto en Birmania: el de los rohingya. Birmania, o Myanmar, como se llama oficialmente desde 1989, está bajo la atenta de toda la comunidad internacional por el proceso de apertura que ha emprendido tras 50 años de dictadura. Durante los últimos meses se ha especulado sobre cómo los conflictos étnicos, en un país con más de 130 minorías diferentes, podrían afectar al proceso. El interés se centró principalmente en la zona karen, al sureste del país, y en el estado kachin, donde ha habido enfrentamientos abiertos durante el último año.

Pero pocos pensaron en los roginhya. Hasta el pasado mes de junio, cuando la tensión racial explotó en el estado Arakan, al oeste del país. El 3 de junio un autobús fue atacado y 10 musulmanes fueron apaleados hasta la muerte por varios rakhine, etnia budista mayoritaria en la región y cuyo nombre tomó la junta militar para cambiar oficialmente la denominación del estado por la de Estado Rakhine.
Mapa del estado Rakhine

o Arakan./ Dr. Blofeld

 y Uwe Dedering
Fue el detonante directo de una oleada de enfrentamientos en los que, según las autoridades, han muerto unas 80 personas y miles de casas han sido incendiadas. Sin embargo, los grupos de derechos humanos aseguran que las cifras son mucho mayores. En un reciente informe publicado por Human Rights Watch, la ONG asegura que las cifras han sido “subestimadas de forma importante y que al menos 100.000 personas han sido desplazadas por los conflictos. Por su parte, Amnistía Internacional ha denunciado que la violencia es principalmente unilateral y está dirigida hacia los rohingya.

Pero no es la primera vez que los rohingya sufren persecuciones y Naciones Unidas los considera como uno de los grupos étnicos más perseguidos del mundo. Desde 1982, son un pueblo apátrida ya que la ley birmana les deniega la ciudadanía. Pero ¿cómo han llegado a esta situación?

¿Quiénes son los rohingya?
Los Rohingya son un grupo étnico de mayoría musulmana asentados principalmente al norte del estado de Rakhine, nombre oficial del estado de Arakan, en la frontera entre Birmania y Bangladesh. Su origen es incierto y parece haber sido un grupo muy móvil entre los territorios que actualmente conforman estos dos países. Esta ha sido una de las principales razones por las que su ciudadanía es rechazada por ambos gobiernos, que se acusan mutuamente de no reconocer a unos ciudadanos que son del otro país. Su idioma es además similar al bengalí y sus rasgos también, lo que ha ayudado a que sean vistos como inmigrantes bengalíes ilegales en Birmania.

Se calcula que hay unos 800.000 rohingyas viviendo dentro de Myanmar, y otros 30.000 en campamentos de refugiados en la frontera con Bangladesh. Otros 200.000 residen ilegalmente en otros países, Bangladesh principalmente, aunque también en Tailandia o Malasia.

Según Human Rights Watch, el nombre de Rohingya procede de “Rohang” or “Rohan”, denominación que recibía la región de Arakan durante los siglos IX y X. En cualquier caso, los musulmanes se asentaron en la zona hace varios siglos, tal y como demuestra la existencia del reino musulmán de Mrauk-U, bajo cuyo dominio estaba la región de Arakan. Este reino tenía una relación directa con el sultanato de Bengal y miles de bengalíes se asentaron en la zona.

A finales del siglo XVIII, con la anexión de la región por parte del rey birmano Bodawpaya, la mayoría de estos musulmanes emigraron a Bangladesh, región que ya estaba controlada por Inglaterra. Cuando el imperio británico incorporó también Birmania en 1886, éstos volvieron a su región de origen y la frontera se hizo muy porosa.

El imperio británico favoreció además, como en la mayor parte de su territorio asiático, la inmigración de trabajadores indios y bengalíes a Birmania, que causó tensiones con los locales. Tal y como asegura el historiador Thant Myint-U en su The River of Lost Footsteps: A Personal History of Burma en muchas ciudades importantes de Birmania, los inmigrantes de origen indio formaban una comunidad importante, en algunos casos mayoritaria. Los indios coparon además los puestos públicos y se convirtieron en los principales prestatarios, como relata Robert Taylor en The State in Myanmar. Todo esto provocó un odio generalizado hacia todo lo que procediera de la zona occidental de Asia, ya fuera India o Bangladesh.

Su situación empeoró a partir de 1962, cuando un golpe de Estado dirigido por el general Ne Win tomó el poder y puso en práctica una política de homogeneización racial y cultural que dio prioridad a la etnia principal, los bamar, y a los practicantes de budismo. Desde entonces, los rohingyas han sufrido varias persecuciones, especialmente a finales de los 70 y principios de los 90, además de ser ilegalizados en 1982.

¿Por qué nadie quiere a los rohingya?
Si algo ha quedado claro durante los recientes enfrentamientos es que nadie quiere a los rohingyas en su territorio. Bangladesh está cerrando sus fronteras para evitar una emigración masiva y los países de la zona, como Tailandia y Malasia, se preparan para rechazar las oleadas de refugiados en caso de que se produzcan. El gobierno birmano ha reiterado que no son ciudadanos y que se quedarán fuera del primer censo que el país realizará en 30 años previsto para 2014. Activistas pro-democracia, que durante décadas han luchado contra la dictadura, también han negado derechos básicos a los rohingyas e incluso los monjes budistas han llamado a bloquear la ayuda humanitaria a los refugiados.

Una madre rohingya y su
hijo./ 
Digital Democracy
Ni siquiera la premio Nobel de la Paz y líder de la oposición, Aung San Suu Kyi, se ha pronunciado directamente para intentar frenar la violencia. Su posición es difícil, porque cualquier decisión es perjudicial para ella. Defender a los rohingyas supondría perder buenas parte de sus apoyos en Birmania (y quizás poner en riesgo sus posibilidades de ganar las elecciones de 2015) y no hacerlo minará con su credibilidad como defensora de los derechos humanos.

Pero el mayor odio reside en la población, que acusa a los rohingyas de matar y de violar a la población budista o de pertener a grupos terroristas como Al Qaeda. Con un sentimiento tan generalizado, la política del gobierno de querer expulsar a los rohingyas del país les está haciendo ganar apoyos entre la población, aunque no en los despachos de la ONU, que se ha negado a participar en el desplazamiento masivo de los rohingyas a otro territorio. Pero no todo es positivo para el gobierno ya que la violencia podría además ser negativa en el proceso de reformas y en su política con otras etnias.

Por su parte, Bangladesh, con la densidad de población más alta del mundo (sin tener en cuenta islas o micro-estados) prefiere no tener que hacerse cargo de un millón de ciudadanos más. Algunos países islámicos se han alzado para protestar por la persecución a los rohingyas, entre ellos Irán o Indonesia, pero ninguno se ha mostrado dispuesto a acoger a los apátridas.

Parece que los únicos beneficiados, según apunta The Economist, podrían ser los militares más conservadores, ya que el conflicto puede poner en entredicho el proceso de democratización y a sus principales artífices, el presidente Thein Sein y la opositora Suu Kyi. Ni siquiera la visión idílica que existe en Occidente de una Birmania de modélicos ciudadanos defensores de los derechos humanos a pesar de la opresión del gobierno quedará a salvo.

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