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Discurso de aceptación del Nobel por Suu Kyi

martes, 19 de junio de 2012


Majestades, Su Alteza Real, Excelencias, distinguidos miembros del Comité Noruego del Nobel, queridos amigos,

Hace muchos años, a veces parece que hace muchas vidas, estaba yo en Oxford escuchando el programa de radio Desert Island Discs con mi hijo Alexander. Era un programa muy conocido (por lo que sé que aún continúa) en el que personajes famosos de todas las clases sociales eran invitados a hablar de los ocho discos, el libro aparte de la Biblia y las obras completas de Shakespeare, y el artículo de lujo que les gustaría tener si fueran abandonados en una isla desierta. Al final del programa, que ambos habíamos disfrutado tanto, Alexander me preguntó si yo pensaba que alguna vez podría ser invitada a hablar en Desert Island Discs. "¿Por qué no?", respondí a la ligera. Como sabía que, en general, sólo las celebridades participaron en el programa procedió a preguntar, con verdadero interés, por qué razón pensaba que podría ser invitada. Lo consideré por un momento y luego respondí: "Tal vez porque haya ganado el Premio Nobel de Literatura", y los dos nos reímos. La perspectiva parecía agradable, pero poco probable.

(No puedo recordar ahora por qué di esa respuesta, tal vez porque había leído recientemente un libro de un Premio Nobel o quizás debido a que la celebridad de aquel día en Desert Island Discs había sido un famoso escritor.)

En 1989, cuando mi difunto esposo, Michael Aris vino a verme durante mi primer arresto domiciliario, me dijo que un amigo, John Finnis, me había nominado para el Premio Nobel de la Paz. Esta vez también me reí. Por un instante Michael me miró asombrado, y se dio cuenta de por qué me hizo gracia. ¿El Premio Nobel de la Paz? Una perspectiva agradable, ¡pero bastante improbable! Entonces, ¿cómo me sentí cuando finalmente me concedieron el Premio Nobel de la Paz? Esta cuestión se me ha planteado muchas veces y esta es sin duda la ocasión más adecuada para examinar lo que el Premio Nobel significa para mí y lo que significa la paz para mí.

Como ya he dicho en muchas entrevistas, escuché la noticia de que había sido galardonada con el Premio Nobel de la Paz en la radio una noche. No me supuso del todo una sorpresa porque yo había sido mencionada como una de los principales candidatos para el premio en una serie de emisiones durante la semana anterior. Mientras escribía este discurso, me he esforzado mucho para recordar cual fue mi reacción inmediata al anuncio de la concesión. Creo que ya no puedo estar segura, pero fue algo como: "¡Oh, así que han decidido dármelo a mí". No parecía algo muy real porque, en cierto sentido, en aquel momento no me sentía yo misma muy real.

A menudo, durante mis días de arresto domiciliario parecía como si yo ya no fuese una parte del mundo real. Allí estaba la casa que era mi mundo, estaba el mundo de los otros que tampoco eran libres, pero que estaban juntos en la cárcel como una comunidad, y estaba el mundo de los libres; cada uno de estos era un planeta diferente siguiendo su propio curso en un universo indiferente.

Lo que el Premio Nobel de la Paz hizo fue ponerme una vez más en el mundo de otros seres humanos fuera de la zona aislada en la que vivía, para restaurar un sentido de la realidad en mí. Esto no ocurrió de inmediato, por supuesto, sino a medida que los días y los meses pasaban y las noticias de las reacciones a la concesión llegaban sobre las ondas de radio, cuando empecé a comprender el significado del Premio Nobel. Se me había hecho real, una vez más, se me había llevado de vuelta a la comunidad humana. Y lo que es más importante, el Premio Nobel había atraído la atención del mundo sobre la lucha por la democracia y los derechos humanos en Birmania. No íbamos a ser olvidados.

El olvido. Los franceses dicen que partir es morir un poco. Ser olvidada también es morir un poco. Es perder algunos de los enlaces que nos anclan al resto de la humanidad. Cuando me reuní con trabajadores migrantes birmanos y refugiados durante mi reciente visita a Tailandia, muchos gritaban: "¡No nos olvides!". Querían decir: "no te olvides de nuestra situación, no te olvides de hacer todo lo posible para que nos ayuden, no te olvides que también pertenecemos a tu mundo". Cuando el Comité Nobel me otorgó el Premio de la Paz en verdad reconocían que la oprimida y aislada Birmania era también una parte del mundo, reconocían la unidad de la humanidad. Así que para mí recibir el Premio Nobel de la Paz significa extender personalmente mis preocupaciones por la democracia y los derechos humanos más allá de las fronteras nacionales. El Premio Nobel de la Paz abrió una puerta en mi corazón.

El concepto birmano de paz se puede explicar como la felicidad derivada del cese de los factores que atentan contra la armonía y la salud. La palabra nyein-chan se traduce literalmente como la frescura beneficiosa que se produce cuando un fuego se extingue. Los fuegos del sufrimiento y la lucha están en su apogeo alrededor del mundo. En mi propio país, las hostilidades no han cesado en el extremo norte; al oeste, la violencia colectiva resulta en incendios y asesinatos que llevan teniendo lugar desde unos días antes de que empezara el viaje que me ha traído hoy aquí. Noticias de atrocidades cometidas en otros confines de la tierra abundan. Informes de hambre, enfermedades, desplazamientos, desempleo, pobreza, injusticia, discriminación, prejuicios, intolerancia; son nuestro pan de cada día. En todas partes hay fuerzas negativas royendo los cimientos de la paz. En todas partes se puede encontrar la disipación irreflexiva de los recursos materiales y humanos que son necesarios para la conservación de la armonía y la felicidad en nuestro mundo.

La Primera Guerra Mundial representó una pérdida terrible de juventud y potencial, un cruel desperdicio de las fuerzas positivas de nuestro planeta. La poesía de esa época tiene un significado especial para mí porque la leí por primera vez en un momento en que tenía la misma edad que muchos de aquellos jóvenes que tuvieron que enfrentarse a la perspectiva de la extinción antes de apenas haber florecido. Un joven norteamericano que luchaba con la Legión Extranjera francesa escribió antes de caer muerto en acción en 1916 que se iba a encontrar con su muerte: "en alguna barricada disputada"; "en alguna colina inclinada llena de cicatrices maltratada", "en la medianoche, en un pueblo en llamas". La juventud y el amor y la vida perecen para siempre en intentos sin sentido para capturar lugares sin nombre y olvidados. ¿Y para qué? Casi un siglo después, todavía tenemos que encontrar una respuesta satisfactoria.

¿No somos todavía culpables, si en un grado menos violento, de imprudencia, de imprevisión con respecto a nuestro futuro y nuestra humanidad? La guerra no es el único espacio donde la paz se convierte en muerte. Dondequiera que se ignora el sufrimiento, habrá semillas de conflicto, pues el sufrimiento degrada, amarga y enfurece.

Un aspecto positivo de vivir en aislamiento es que tenía suficiente tiempo para meditar sobre el significado de palabras y los preceptos que había conocido y aceptado toda mi vida. Como budista, había oído hablar del dukha, generalmente traducido como sufrimiento, desde que yo era una niña pequeña. Casi a diario personas mayores, y personas no tan mayores a veces, a mi alrededor murmuraban "dukha, dukha" cuando sufrían dolores y molestias o cuando se encontraban con algún pequeño y molesto contratiempo. Sin embargo, fue sólo durante mis años de arresto domiciliario que me puse a investigar la naturaleza de los seis grandes dukha. Estos son: a ser concebido, a la edad, a enfermar, a morir, a ser apartado de los que uno ama, a ser obligado a vivir en proximidad con aquellos que no ama. Examiné cada una de las seis grandes sufrimientos, no en un contexto religioso, sino en el contexto de nuestras vidas comunes y corrientes. Si el sufrimiento es una parte inevitable de nuestra existencia, debemos tratar de paliarlo en la medida de lo posible de manera práctica y terrenal. Reflexioné sobre la eficacia de los programas pre- y post- natales, sobre las madres y el cuidado de los niños; sobre las instalaciones adecuadas para la población envejecida; sobre los servicios integrales de salud; sobre enfermerías y hospicios compasivos. Estaba particularmente intrigada por los dos últimos tipos de sufrimiento: estar lejos de aquellos a quienes amamos y verse obligado a vivir en proximidad de aquellos a quienes se no ama. ¿Qué experiencias pudo nuestro Señor Buda haber sufrido en su propia vida para que incluyese estos dos estados entre los grandes sufrimientos? Pensé en presos y refugiados, en los trabajadores migrantes y en las víctimas de la trata de personas, de esa gran masa de los desarraigados de la tierra que han sido arrancados de sus hogares, separados de sus familias y amigos, obligados a vivir sus vidas entre extraños que no siempre les dan la bienvenida.

Tenemos suerte de estar viviendo en una época en que el bienestar social y la asistencia humanitaria son reconocidos no sólo como algo deseable sino como necesarios. Tengo la suerte de estar viviendo en una época en que el destino de los presos de conciencia en cualquier lugar se ha convertido en preocupación de los pueblos en todas partes, un tiempo en que la democracia y los derechos humanos son ampliamente, aunque no universalmente, aceptados como un derecho natural de todos. Cuántas veces durante mis años bajo arresto domiciliario he sacado fuerzas de mis pasajes favoritos en el preámbulo de la Declaración Universal de los Derechos Humanos:
[Considerando que]... el desconocimiento y el menosprecio de los derechos humanos han originado actos de barbarie ultrajantes para la conciencia de la humanidad, y que se ha proclamado, como la aspiración más elevada del hombre, el advenimiento de un mundo en que los seres humanos, liberados del temor y de la miseria, disfruten de la libertad de palabra y de la libertad de creencias...
[Considerando]... esencial que los derechos humanos sean protegidos por un régimen de Derecho, a fin de que el hombre no se vea compelido al supremo recurso de la rebelión contra la tiranía y la opresión...
Si me preguntan por qué estoy luchando por los derechos humanos en Birmania los pasajes anteriores proporcionarán la respuesta. Si me preguntan por qué estoy luchando por la democracia en Birmania, es porque creo que las instituciones y las prácticas democráticas son necesarias para la garantía de los derechos humanos.

En el último año ha habido señales de que los esfuerzos de aquellos que creen en la democracia y los derechos humanos están comenzando a dar sus frutos en Birmania. Ha habido cambios en una dirección positiva; se han dado pasos hacia la democratización. Si he pedido un cauto optimismo no es porque no tenga fe en el futuro, sino porque no quiero alentar una fe ciega. Sin fe en el futuro, sin la convicción de que los valores democráticos y los derechos humanos fundamentales no sólo son necesarios sino también posibles para nuestra sociedad, nuestro movimiento no podría haber sido sostenido a lo largo estos años de destrucción. Algunos de nuestros guerreros cayeron en su puesto, algunos nos abandonaron, pero un núcleo dedicado se mantuvo fuerte y comprometido. A veces, cuando pienso en los años que han pasado, me sorprende que tantos se mantuvieran firmes en las circunstancias más difíciles. Su fe en nuestra causa no es ciega; y se basa en una evaluación clara de su propio poder de la resistencia y en un profundo respeto por las aspiraciones de nuestro pueblo.

Es debido a los recientes cambios en mi país por lo que estoy hoy con ustedes; y estos cambios se han producido gracias a ustedes y a otros amantes de la libertad y la justicia que han contribuido a crear una conciencia global de nuestra situación. Antes de seguir hablando de mi país, déjenme hablar de nuestros presos de conciencia. Todavía quedan estos presos en Birmania. Da miedo que debido a que los más famosos detenidos han sido liberados, el resto, los desconocidos, serán olvidados. Estoy aquí porque una vez fui presa de conciencia. Mientras me miran y me escuchan, por favor, recuerden la verdad a menudo repetida de que un solo preso de conciencia ya son demasiados. Aquellos que aún no han sido liberados, aquellos que aún no han tenido acceso a los beneficios de la justicia en mi país mucho sumán más de uno. Por favor, recuérdenlos y hagan todo lo posible para hacer efectiva su pronta e incondicional liberación.

Birmania es un país de muchas nacionalidades étnicas y la fe en su futuro sólo puede fundarse en un verdadero espíritu de unión. Desde que logramos la independencia en 1948, nunca ha habido un momento en el que poder decir que todo el país estaba en paz. No hemos sido capaces de desarrollar la confianza y el entendimiento necesarios para eliminar las causas de los conflictos. Surgieron esperanzas con los alto el fuego que se mantuvieron desde principios de los 1990 hasta 2010 cuando estos se rompieron en el transcurso de unos pocos meses. Un movimiento irreflexivo puede ser suficiente para eliminar arraigados alto el fuego. En los últimos meses, las negociaciones entre el gobierno y las fuerzas de las nacionalidades étnicas han estado haciendo progresos. Esperamos que los acuerdos de alto el fuego darán lugar a acuerdos políticos fundados en las aspiraciones de los pueblos, y el espíritu de la unión.

Mi partido, la Liga Nacional para la Democracia, y yo estamos preparados y dispuestos a desempeñar cualquier papel en el proceso de reconciliación nacional. Las medidas de reforma que el gobierno del presidente U Thein Sein ha puesto en marcha pueden sostenerse sólo con la cooperación inteligente de todas las fuerzas internas: las fuerzas armadas, nuestras nacionalidades étnicas, los partidos políticos, los medios de comunicación, las organizaciones de la sociedad civil, la comunidad empresarial y, lo más importante de todo, el público en general. Solo podemos decir que una reforma es eficaz si las vidas de las personas mejoran y en este sentido, la comunidad internacional tiene un papel vital que desempeñar. El desarrollo y la ayuda humanitaria, acuerdos bilaterales e inversiones deben ser coordinadas y calibradas para asegurar que promueven un crecimiento social, político y económico que sea equilibrado y sostenible. El potencial de nuestro país es enorme. Esto debe ser nutrido y desarrollado para crear no sólo una más próspera, sino también una más armoniosa, sociedad democrática donde nuestra gente pueda vivir en paz, seguridad y libertad.

La paz de nuestro mundo es indivisible. En tanto que las fuerzas negativas obtengan lo mejor de las fuerzas positivas en cualquier lugar, todos estamos en riesgo. Cabe preguntarse si todas las fuerzas negativas podrán alguna vez ser eliminadas. La respuesta simple es: "¡no!" Está en la naturaleza humana el contener tanto lo positivo como lo negativo. Sin embargo, también está dentro de la capacidad humana el trabajar para reforzar lo positiva y minimizar o neutralizar el negativo. La paz absoluta en nuestro mundo es un objetivo inalcanzable. Pero es una dirección que debemos seguir en nuestro viaje, fijar nuestros ojos en esta dirección como un viajero en el desierto que fija los ojos en la estrella guía que lo conducirá a la salvación. Incluso si no logramos la paz perfecta en la tierra, porque la paz perfecta no es de esta tierra, los esfuerzos comunes para lograr la paz unirán a individuos y naciones en la confianza y la amistad y ayudarán a hacer nuestra comunidad humana más segura y más amable.

He utilizado la palabra "amable" [N. de T. en el original en inglés: kinder] después de una cuidadosa deliberación; podría decir que una cuidadosa deliberación de muchos años. De los dulces de la adversidad, y permítanme decir que estos no son numerosos, he encontrado el más dulce, el más preciado de todos, que es la lección que aprendí del valor de la amabilidad [N. de T. kindness]. Toda amabilidad que he recibido, pequeña o grande, me convenció de que nunca podría haber bastante en nuestro mundo. Ser amable es responder con sensibilidad y calidez humana a las esperanzas y necesidades de los demás. Incluso el más pequeño toque de bondad puede iluminar un corazón encogido. La amabilidad puede cambiar la vida de las personas. Noruega ha mostrado una amabilidad ejemplar al proporcionar un hogar para los desplazados de la tierra, ofreciendo un santuario a aquellos que han sido apartados de la seguridad y la libertad en sus países de origen.

Hay refugiados en todas partes del mundo. Cuando estaba en el campamento de refugiados de Maela en Tailandia hace poco, me encontré con gente dedicada que se esfuerza a diario para hacer la vida de los internos tan libre de dificultades como sea posible. Me hablaron de su preocupación por la "fatiga del donante", que también podría traducirse como "fatiga de la compasión". La "fatiga del donante" se expresa precisamente en la reducción de la financiación. La "fatiga de compasión" se expresa de manera menos evidente en la reducción de preocupación. Una es la consecuencia de la otra. ¿Podemos permitirnos el lujo de caer en la fatiga de la compasión? ¿Es el coste de satisfacer las necesidades de los refugiados mayor que el coste que produciría el convertirse en indiferente, si no en ciego, ante el sufrimiento? Hago un llamamiento a los donantes de todo el mundo a satisfacer las necesidades de estas personas que están en la búsqueda, a menudo de manera inútil, de un refugio.

En Maela, tuve muchas conversaciones con autoridades tailandesas responsables de la administración de la provincia de Tak, donde éste y muchos otros campos están situados. Ellos me reconocieron algunos de los problemas más graves relacionados con los campos de refugiados: la violación de las leyes forestales, uso ilegal de drogas, la elaboración casera de licores, los problemas de control de la malaria, la tuberculosis, el dengue y el cólera. Las preocupaciones de la administración son tan legítimas como las preocupaciones de los refugiados. Los países anfitriones también merecen consideración y ayuda práctica para hacer frente a las dificultades relacionadas con sus responsabilidades.

En última instancia nuestro objetivo debe ser crear un mundo libre de desplazados, de personas sin hogar y sin esperanza, un mundo en que cada rincón sea un verdadero santuario donde los habitantes tengan la libertad y la capacidad de vivir en paz. Cada pensamiento, cada palabra y cada acción que se suma a lo positivo y sano es una contribución a la paz. Todos y cada uno de nosotros somos capaces de hacer una contribución. Unamos nuestras manos para tratar de crear un mundo en paz donde se pueda dormir con seguridad y levantarse en felicidad.

El Comité del Nobel concluyó su declaración de 14 de octubre de 1991, con estas palabras: "En la concesión del Nobel de la Paz ... a Aung San Suu Kyi, el Comité Noruego del Nobel desea honrar a esta mujer por sus esfuerzos incansables y para mostrar su apoyo a las muchas personas en todo el mundo que se esfuerzan por alcanzar la democracia, los derechos humanos y la reconciliación étnica por medios pacíficos". Cuando me uní al movimiento democrático en Birmania nunca se me ocurrió que alguna vez podría ser el destinataria de cualquier premio u honor. El premio que por el que estábamos trabajando era una sociedad libre, segura y justa donde nuestra gente pudiera ser capaz de desarrollar todo su potencial. El honor recae en nuestro empeño. La historia nos había dado la oportunidad de dar lo mejor de nosotros por una causa en la que creíamos. Cuando el Comité Nobel me eligió para este honor, el camino que había elegido por mi propia voluntad se convirtió en un camino menos solitario a seguir. Por ello doy las gracias al Comité, al pueblo de Noruega y a los pueblos de todo el mundo, cuyo apoyo ha fortalecido mi fe en la búsqueda común de la paz. Gracias.

Visto en Mizzima; traducido con la inconmensurable ayuda de Google Translate (y mucha paciencia).

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